viernes, 8 de enero de 2010

Con las manos Heladas

ANÉCDOTA I
Y se nos fue cayendo la piel, hasta quedarnos en los huesos. Miramos aquellas noches y dejamos todo por hacer. Las caricias parecían jeringuillas y por mis venas fluía el temor, de volver a caer en sus brazos, tropezando una y otra vez en aquel placer.
Las olas lamían las sonrisas y tú te alejabas cada vez mas, luego se borraron las huellas, se hizo de noche y no te volví a ver nunca jamás.
ANÉCDOTA II
La inocencia nos hizo su oscura presencia, en aquel día que creemos aquella palabra herida, que cojeaba y lloraba por volver a “no ser” lo que siempre fue. Así que la encerramos en nuestras gargantas y dejamos que el tiempo la matara entre telarañas y ataques de mutismo.

ANÉCDOTA III
Se deslizo y cayo ante él, era un día nublado y ciego, tanto que nadie pudo ver como ella seguía deslizándose tras él. Sin que nadie se percatara que el “fin” estaba al acecho con su frac y su chistera fumando recuerdos y hierba.

ANÉCDOTA IV
Murió, y llego su carta escrita a mano. Contaba que allí, todo era lucido y colorido. Dijo que abandono su maleta llena, para poder llenar su alma, esa que un día vació antes los hombre y tras quedarse desnuda solo sintió el frió, y escucho las risas que trajo consigo la niebla.

ANÉCDOTA V
Después solo quedo la enfermedad, que fue apoderándose de todo entre las sabanas hasta que llego al acantilado, allí donde nos despedimos aquel otoño. Luego volvió al mar y se perdió en el, por siempre .